-Pero... ¿Sabes por qué no encontramos a la persona perfecta? Porque no somos estúpidos. Vivimos bajo la opresión de un criterio irrevocable e impersonal que no da tregua a nuestros instintos más físicos. A veces desearía ser un idiota, y conformarme, doblegarme y someterme al primer cuerpo que me dé calor, y de ese modo, sería capaz incluso de exigir, de acrecentarme y volverme un insolente arrogante con el único objetivo de satisfacer la necesidad más primaria. Por desgracia, en un instante vuelvo a mi presente y me percato de cuánto he sufrido sintiéndome solo, vacío, desamparado; cuánto sufro, cuánto me queda aún. No es posible garantizarle al espíritu la estabilidad de una vida amorosa, ni del sexo más placentero, o el frustrado, o el sórdido y fugaz, o el acostumbrado a horarios intempestivos.
-Creo que tienes toda la razón. ¿Sabes? A veces me sumerjo en estados de profunda tristeza y melancolía, y lo más dramático de todo es que no sé cuándo voy a salir de dicho estado. He de admitirlo: realmente sólo soy feliz cuando tengo a alguien a quien amar-, dijo él girando levemente el volante del coche justo cuando se disponía a entrar en la autopista.
-Cuando tienes alguien a quien amar, cuando te sientes amado, cuando todo pierde su razón de ser lógica, te abandonas a un mundo paralelo, pierdes la cabeza... Es... Es sorprendente lo que un vínculo emocional con otra persona puede provocar en nuestro sistema, empiezas a asimilar cosas que antes no eras capaz de ver, la predisposición te invade de repente y, cuando menos te lo esperas, sientes que la otra persona es el ser más maravilloso del mundo. Sólo basta una mirada, un segundo, y lo sabes, y te mueres de ganas por decírselo al mundo. Lamentablemente, los "te quieros" acaban teniendo espinas, espinas que ya no soy capaz de digerir-, respondí agachando la mirada, dejándose invadir por sus propias palabras.
Llegué a mi destino con la escasa esperanza de que sucediera algo que cambiara el curso de los acontecimientos. De repente, giró la llave y el coche se detuvo justo en el sitio donde debía hacerlo. Ni siquiera pude darme cuenta hasta unos segundos más tarde. Comencé a reírme, una risa floja e idiota bañada de nerviosismo y puro terror. "¿Por qué te ríes?", preguntó, como si deseara robarme un pensamiento y violar mi estrecha lógica irracional justo en aquel instante.
La conversación se volvió trascendente e irremediablemente sincera. Una lágrima comenzó a caer por su mejilla y fue entonces cuando supe que no era tan sólo una bonita fachada, había mucho más, algo más profundo y sofisticado de lo que hubiera podido imaginar. Le pedí un abrazo, ambos lo necesitábamos. Creí que justo después nuestras miradas se cruzarían en el espacio y mataríamos la tensión sexual que existía entre ambos con un dulce beso. No sucedió así.
Continuamos charlando, y el abrazo volvió a ser rescatado minutos más tarde con la intención de que nuestros cuerpos se conocieran mejor, se adivinaran el uno al otro y se regocijaran en la tristeza que les dominaba. El beso vino después. Ni siquiera lo consideré un beso, sino más bien un precipitado intento por hablar sin usar las palabras. Nuestros labios se rozaron sutilmente, muy despacio.
"En un beso sabrás todo lo que he callado", me dijo justo después. Quise recordar ese momento para siempre, sin excepción. Quise involucrarme de forma absurda y precipitada, quise ser otra persona, quise vivirlo intensamente. Si hubiera sabido entonces que dicho momento sería único, probablemente aún seguiría pegado al asiento delantero del coche olvidándome de mi miserable existencia y adentrándome en la amargura de lo efímero.
... Casi un año después sigo recordando aquella noche y humedeciendo mi raciocinio con nostalgia infinita.