Alzó el dedo índice y dibujó estrellas en el firmamento: la flor de lis que años antes le había regalado.
Se sentó en mitad de la nada y respiró el aire limpio de intranquilidad: calma libre de ansiedad.
Besó la tierra que yacía bajo sus pies: cuna y madre de todos sus despertares.
Miró hacia arriba con la boca abierta mientras el cielo lloraba: agua de vida y fuente de inspiración.
Se revolcó en la arena que le arañaba la piel: harina de hiel y fragmentos deshechos.
Está viviendo, pero no lo hace como tú y yo: urbanitas de la muchedumbre y corderos del mismo rebaño.
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