martes, 30 de noviembre de 2010

Sólo queda esperar



(Se abre el telón).

Ya ven: ¡Que delgada es la línea entre la vesania y la lucidez! El viento sigue soplando dentro de esta rabia incontenida que se ríe a gritos de mi soledad. ¿Quién dice que el cielo puede esperar? La vida aquí se ha vuelto inconsecuente, pues ya no distingo de épocas ni sociedades, tan sólo veo a los hombres y mujeres sumergidos en pasiones arsénicas de base incolora, apostando, viviendo deprisa, bufándose de los días. ¿Quién me iba a decir que en un segundo cupiese tanto? El tiempo aquí ha dejado de entender de actores principales y secundarios, el guión sigue siendo el mismo pero el escenario ha cambiado, ha cesado la impasible necesidad de contar las horas pues el otoño no se moja y la primavera no florece, el calor carboniza y el frío acobarda a los más valientes, el agua cae desde abajo despedazando todo el caracter científico de una gravedad cero. He luchado con gigantes y he caminado por la sombra, el camino sigue siendo el mismo aunque no salga el sol. Veo la verdad y la mentira, pero ninguna está a mi alcance. Hablo a lo absurdo y a lo dialéctico, pero ninguno me dice nada. Piso lo terrenal y lo divino, pero ninguno parece sólido. Sigo esperando un veredicto que nunca llega, sigo enmendando mis errores y cometiendo un millar más, buscando el equilibrio entre lo primigenio y lo flamante, matando las modas de allí arriba y entendiendo las reglas de aquí abajo. Las oportunidades se juegan al azar, no hay estadísticas, ni números, ni amuletos, no existe nada salvo la paciencia del que espera, el estertor del que muere, la tregua del que yace y la esperanza del que sube. Sigo esperando, una absolución que se demora.

(Se cierra el telón).

domingo, 28 de noviembre de 2010

¿A ti quién te abraza?



Me han faltado tus abrazos, tu cariño, tu comprensión. Me ha sobrado todo lo verdaderamente dañino.
Escribiendo argumentos entre lo esencial y lo imaginario, paradoja de lo filial-paterno y las minas de secretos. La inquietud de verte aparecer armado con palabras y gestos mezquinos, la calma asfixiante tras la hostil espontaneidad de lo innecesario.
Rompiste con todo, y ¿para qué? Si jamás hiciste huella en lo que dejabas atrás de ti. No aspirabas al esfuerzo ni conociste el sudor del que mata por un hijo, el que vende sus ideales, hipoteca su voz y anula sus sentidos por la felicidad de un hijo, por un hogar. No era necesario lo material, no hacía falta la caridad ni la intransigencia, ni siquiera eran prescindibles los meses de apatía y soledad viajera, tan sólo se trataba de mantener el equilibrio, de mirar de izquierda a derecha, de arriba a abajo, de un lado a otro y vuelta a empezar, de interpretar señales, de ser diplomático, de tragar el orgullo y escupirlo en el momento idóneo, de no atesorar los pecados ni borrar los momentos en los que te vi sonreir, de filosofar con el espíritu y sacar conclusiones que no dañaran el ras entre lo profundo y lo superficial, de no tener miedo a la nada, de caminar entre la luz y la oscuridad, de percibir lo perceptible y apreciar lo imperceptible, de una lucha constante, de vivir sin lamentaciones, de no sofocar las palabras con pensamientos maliciosos, y alcanzar la pureza sin hacerla esclava de tu existencia.
Eran los gritos de "no más por favor". Tu lógica no era tan aplastante si rompías el cristal, carecía de sentido si dejabas la madera hecha añicos e incluso parecía absurda si desmontabas todo lo que habías tardado horas en montar.
No has defendido lo que era tuyo y has roto en mil pedazos lo que alguna vez lo fue, me has hecho más rápido y has creado una trampa acerba de la que no consigo desvincularme.
Soy consciente de mis errores, al igual que de los tuyos, mereces lo justo y lo demás está en manos de la suerte. No me queda más que decirte, he agotado todas mis preguntas, sin embargo hay una que no deja de azotarme frivolamente, o quizás sea la conciencia reivindicando su lugar, tierra de forzosos, suelo de lamentaciones.
Lo que más duele es ver como vence la rabia de ser a pinceladas como tú. Algunos me abrazaron por reconocerlo, otros me lo reprocharon, sé lo que piensa ella, pero......¿A ti quién te abraza?

sábado, 27 de noviembre de 2010

La euforia vive en el tejado



Tenía la cabeza apoyada sobre las manos y fundía el horizonte con su mirada verde penetrante. Recostado en la tumbona blanca de Macy's que había comprado algunos meses antes, ni el mínimo roce de nostalgia nublaba su espíritu. Percibía el olor a tierra mojada por encima de los tejados de Brooklyn, sentía la tensión en su espalda y ansiaba la primera toma de contacto. "Vienen días de lluvia", dijo con un hilito de voz que se quebraba al final de cada palabra, le pesaba el deseo y la levedad de su cuerpo se hacía cada vez más gruesa. Sintió su mano en su hombro. Era como un soplo de aire sobre una cornisa, como un martini seco en una tarde de estío, era todo lo que él estaba esperando.
Subió la mano por su cuello, al principio lentamente, casi inventando el movimiento, coloreando el contorno, adhiriéndose al sentimiento; y continuó hacia arriba acariciándole el pelo. De repente le invadió el olor a albaricoque y se le aceleró el pulso. Se dio la vuelta y allí estaba, detenido en el tiempo y clavado en su mirada, no había espacio entre sus almas. Se levantó muy sutilmente, se puso en cuclillas y apoyó su mano sobre su rodilla, él se incorporó y rozaron sus labios frágilmente, como si fueran a partirse en pedazos por el calor. Continuó recorriendo sus labios por todo su cuerpo mientras provocaba sus dedos en su piel, un suspiro, se estremecía, un suspiro, todo arde, un suspiro.
Atardecía. Sólo quedaban pinceladas naranjas por todo el ático. Se levantó. Apoyó sus manos en el bordillo y miró hacia el frente, inhalando el aire de la metrópolis que parecía ser distinto desde esa altura. Se fundieron en un abrazo. Mientras su barbilla reposaba en su hombro, calmada, segura de sí misma; su mano ondeaba cual tierna mariposa alrededor de su cintura. Su lengua comenzó a pintar sobre su espalda palabras obscenas y, sin pedir permiso, culminó el poema donde la cintura desaparece, donde todo se vuelve abstracto y maravillosamente salvaje. Llegó la pasión, y con ella la lujuria y todo se nubló. Nada parecía estar en su sitio. ¡Bendito caos! Apretó sus manos contra el bordillo con fuerza mientras se mordía los labios. Sus dientes poseyeron su hombro y sus susurros conversaban con su oído desde el puro instinto primario. Todo olía a lo mismo. Nada sabía igual. Apretó su frenesí en un último arranque y vino el éxtasis, el éxtasis, el éxtasis....y tras él, la quietud.

A Mónica, y a los vientos del sur.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Alguna vez sí fueron "buenos días"



Demuéstrame que me equivoco, y violaré mis creencias con el más dulce de tus besos, desbaratando la ficción del tiempo, buscando esa playa última en tus ojos.

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No era tan difícil, sólo hacía falta respirar un poco. ¿Qué otra cosa podía hacer? Allí sentado, al borde de la cama, a cinco mil kilómetros de tu piel. Buscaba alguna señal de tu amor, pero el colchón se había quedado desierto, completamente aislado de cualquier sentimiento, de cualquier rastro de deseo, de una pasión salvajemente quemada por los instintos más primarios. Ya no sabía quiénes éramos ni qué hacíamos allí.
El suelo alrededor de la cama nunca se te había hecho tan de barro. Después de aquel beso en la frente, que en términos técnicamente emocionales, había sido el más frío de toda nuestra trágica existencia; supe que, por mucho que me esforzara, no iba a ser capaz de encontrar una razón que pesara lo suficiente como para seguir luchando, ya no.
Tu hueco seguía dibujado entre las sábanas como el cráter que deja un meteorito cuando se estrella sobre la tierra. Podía adivinar las líneas de tu cuerpo por los pliegues de seda y nunca antes me habías parecido tan atractivo.
Creo que he malgastado todas mis fuerzas moldeándome a tu forma de ser, a tu visión del mundo, a tus aromas y tus colores y en el fondo sé que he dado pinceladas de algo que no soy. Ya ni recuerdo la última vez que te dije "buenas noches", que me dormí abrazado a tu cintura o que escuché tu respiración. Nuestras manos se arañan y mis palabras cortan en tus labios.
Ya no sabemos que decir ni como decirlo, se han acabado los argumentos y todo cuanto pesa en el espacio es leve en esta relación. No quiero aferrarme a un "no", ni quiero consolidarme dentro de lo establecido. No quiero ser el arquetipo de tus preocupaciones ni la sombra de mis miedos, pero creo que si no nos marchamos ahora el daño será más grande y sólo quedará la agonía de la impaciencia al abandono, la espera de un purgatorio eterno.
Así pues, mientras estás en la ducha prepararé café, desayunaremos las palabras que se rompen en los dientes y cenaremos las cosas importantes. ¿Te hace?

lunes, 22 de noviembre de 2010

Si compongo melodías desde el ghetto....



....Y respiro el aire que me embriaga de las anécdotas más maravillosas de mi infancia. Todo lo que un día fuimos, lo que dejamos de ser para convertirnos en otra cosa, lo que somos hoy y no seremos mañana, todo está aquí, en estas calles. A menudo se ven envueltas en violencia, rabia y frustración, pero no se pudren ni se deterioran, si no que se nutren de las lágrimas de sus hijos y hacen sombra a la periferia, día tras día, sin excepción.
La vista desde esta azotea es espectacular, es como un cielo de ventanas pintado en el horizonte. Los chicos juegan al basket en las canchas mientras sus hermanos mayores aprenden a delinquir, y cada vez lo hacen mejor. La bolsa marrón de papel con una manzana y un sandwich de pavo dentro ha dejado de existir, la pequeña de plástico de color blanca le ha quitado el puesto. Algunos dejan en casa el carnet de identidad para hacerle sitio en el abrigo a la pistola y otros hacen de una fachada el más ingenioso y polémico de los artes.
No hay nada establecido pero existen reglas. Siempre hay reglas. Un paso adelante puede significar dos atrás y volver a empezar, una decisión puede cambiar tu vida en un instante y el suelo que pisas determina tu suerte. Las nanas son estrepitosas y se cantan en la calle y el Hip-hop nace del corazón, crece dentro y se compone sin pautas.
Los años pasan, y aunque me haya ido, esta siempre será mi cama, mi hogar, mi libro de fábulas. No sé cuando volveré, pero allí he de retomar todo lo que un día fui, lo que ya no soy, lo que tal vez sea.

A Mery, y su eterno romance con el mundo.

domingo, 21 de noviembre de 2010

El poético caos urbano



La ciudad de Londres nunca había visto el sol tan alto ni el cielo tan despejado como aquel día. A pesar del pronóstico del tiempo y de las altas probabilidades de una lluvia segura, las nubes abrieron paso a un sol londinense espléndido a horas tempranas de la mañana. La gente andaba a paso ligero de un lado a otro de la ciudad, buscando, husmeando el aire, guiándose por su primer instinto matinal. El trabajo, el colegio, la universidad, las audiciones, los grandes comercios e incluso las pequeñas tiendas del barrio se apresuraban en una carrera fugaz como si la caza del zorro se tratara para abrir a la hora exacta. Incluso los ruiseñores que despuntaban el alba con su canto gregoriano descorazonados por un magnífico recital nocturno ansiaban regalarle versos celestiales al maravilloso sol que los aguardaba e ir contra natura. Todo parecía marchar a la perfección, las madres acompañaban a sus hijos gemebundos y sollozos al colegio cogidos de la mano como ángeles de la guarda que custodian su seguridad y velan por su ánima. Los más adolescentes iban a pie hasta el instituto o se bajaban del coche de su padre a media manzana para ofrecer ese matiz de chico independiente, maduro y sofisticado que tanto se estila en la pubertad. Por último, están los universitarios, que solían despegar los ojos más allá de media mañana, tomarse un ligero desayuno que les ayudara a soportar la estrepitosa y brutal resaca de la noche anterior, calzarse unos vaqueros y unas deportivas y despeinados, con aspecto desaliñado y casual, salir en busca de nuevos conocimientos que saciaban con un par de clases y largas asentadas en el césped o en la cafetería.
En el extremo opuesto se encuentran los padres de familia, trabajadores natos de la gran corporativa doméstica que fabricaba sus productos en serie y a gran escala, cerrando los ojos y afrontando los gastos imprevistos en el desarrollo de un esquema kamikaze.
Oficinistas, empresarios, asistentes sociales, abogados, publicistas, artistas, profesores, médicos, jueces, bomberos, policías, arquitectos, traductores, jefes de compras, comerciantes; pero ante todo miembros de una familia, eslabones de la cadena más débil que existe y que salen cada día a enfrentarse al mundo, en metro, en autobús, en coche, en bicicleta o a pie, van a conquistar sus sueños o simplemente a vivir dejándolos pasar.
Un gran puñado de taxis decoraban Tower Bridge de punta a punta desdibujando sus siluetas sobre el Támesis como un juego de luces decoran un árbol en Navidad. Gente andando, coches circulando, taxis pitando, bicicletas haciendo sonar la campanilla y ruedas de un monopatín vibrando sobre la acera: el poético caos urbano.
Las mañanas de los lunes eran frenéticas y abrumadoras, todo el mundo andaba en un desequilibrio e inestabilidad constante hasta pasado el medio día cuando parecía asentarse el ruido excesivo disfrazado de calma aparente, siempre aparente, pues en una de las ciudades más cosmopolitas del mundo nunca reinaba la paz y el silencio absoluto.
Ciudad de grandes edificios, de gente diversa, de luces que guían las calles y los caminos ingleses custodiados por el metro. Y es ahí precisamente donde empieza mi historia.


A Joey, el eterno londinense.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Aquí todo es ceniza




14 de septiembre.

Querido Johnny,

Aquí todo es ceniza. El cuerpo cada vez pesa más y no creo que mi corazón pueda soportarlo. En estos últimos días he sido partícipe de la capacidad humana por el deseo de aniquilar, pura venganza. No hay ni un sólo segundo en el que no escuche los gritos, los nombres de cientos de personas alzados al aire con la esperanza de verlos aparecer a lo lejos, tras el polvo y la frustración, pero no aparecen, nunca lo hacen.
He dormido con explosiones y he vivido con el silencio y aún no puedo decirte cual de los dos hace más daño. Hace casi dos días que apenas como nada, y lo peor de todo es que empiezo a acostumbrarme. No huelo bien, casi no puedo respirar y esta agonía es cada vez más insoportable. Sorprendentemente me mantengo en pie, sosteniendo el fusil con entereza, aislando las imágenes en mi cabeza y soportando la carga de derramar sangre por una bandera.
No he vivido tanto como tú, mi querido amigo, pero desde que estoy aquí me cuesta entender como pudimos llegar a hacernos tanto daño: no éramos enemigos, ni siquiera eras alquien a quien deseara apartar de mi lado. Te veía, todos los días, más allá de la ropa, más allá de los gestos y las palabras. Y aún te veo.
Anoche, cuando nos disponíamos a dormir, me encontré con una niña que jugaba con un oso de peluche roto y descosido cerca de la base. Cuando me acerqué para explicarle que no debería estar ahí, me preguntó: "¿A cuántos hombres has matado hoy?". Esas palabras fueron como piedras en mi corazón, y me puse a pensar en todos aquellos hombres que había matado y en todas las veces que te había abrazado.....No pude soportar el resultado.
Vuelvo a casa, a pesar de las bombas y las metrallas. Te echo de menos, a pesar de los años que nos hemos anulado el uno al otro.

Steve.

viernes, 19 de noviembre de 2010

El comienzo del fin



19,30 p.m. Te incorporaste y la butaca de bambú continuó meciéndose como si echara en falta tu cuerpo sentado sobre ella. Volviste al porche con un par de galletas con pepitas de chocolate en la mano y un tulipán en la otra, y mientras hacías el esfuerzo sobrehumano por tomar la misma posición en la que te encontrabas justo antes de haberte levantado, mordisqueaste la galleta y olista la flor. Nunca la lluvia había sido tan espesa y tu interior tan líquido, pero por alguna razón el exterior parecía limpio de intranquilidad, en calma, en paz. Cruzaste las piernas, como solías hacer siempre, y en un desesperado intento por acomodarte te acurrucaste adoptando la forma de una bola de lana, esas que tienen mil y un colores y dibujan las líneas paralelas al suelo cuando la dejas caer de tus manos y todo su movimiento pende de un hilo que aún sigue unido al dedo. Respiraste hondo y terminaste de saborear y masticar la última galleta. Esta vez respiraste más fuerte como si el fin fuera asomando su escabroso y fatal principio por las fosas de tu nariz. Una niña pequeña pasó correteando por delante bajo un paragüas enorme de color rojo que casi la tapaba de los pies a la cabeza, esbozaste una sonrisa. Metiste tus manos en tus bolsillos y ahí estaba la carta que habías escrito un par de meses antes por el mero hecho de escribirla, pues nadie la leyó jamás. La apretaste contra tu pecho y suspiraste, un trozo de vida se fue en aquel suspiro. Te descalzaste para poder sentir la madera mojada bajo tus pies. Alzaste la mano y agarraste las gotas justo antes de acercártela para olerla. Volviste a suspirar. Dejaste caer el tulipán al suelo y te envolviste en una manta de cuadros escoceses con flecos enrevesados en trenzas que días antes habías hecho como parte del rito de finalización del libro que te había costado toda la vida leer. Miraste hacia el horizonte y cerraste los ojos. Contaste hasta diez. Volviste a respirar hondo. Sonreiste por dentro, y entonces, te moriste. 20,03 p.m.

Gente corriente



Somos la vida escrita en las paredes, nos tachan de rebeldes. Somos culpables de ser inocentes, tozudos e inconscientes.

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Si te detienes justo en medio de una calle muy concurrida y cierras los ojos, sientes a tu alrededor los corazones latiendo a cada paso.
No saben caminar sin prisas, ni amar sin mentiras. Son autosuficientes y emocionalmente dependientes. Crecen y se reproducen y aún así se sienten incompletos. Siguen caminando pero nunca dejan de mirar atrás. Se parten el alma por recrearse en una vida que carece de todo fin humano y existencial, es pura inercia, se contentan con eso. No admiten secretos pero no dejan de crearlos. Hacen un sin fin de preguntas y de casi nada obtienen respuesta. No cesan ni un segundo de cuestionarse la razón de su existencia pero no le encuentran sentido alguno a dichas cuestiones. Aseguran ser felices pero no reconocen la felicidad cuando se presenta. Aseguran no estar tristes, pero lloran contra la almohada. Afirman ser los amos del universo, aunque sus capacidades sean tan insignificantes como su orgullo y su humanidad tan absurda como su ego.
Capaces, ineptos, apasionados, empáticos, apáticos, cariñosos, despiadados, humildes, sensatos, odiosos, soberbios, descarados, tímidos, pudorosos, impulsivos, insensatos, inteligentes, altaneros, ambiciosos, hostiles, sumisos, impetuosos, metódicos, tercos, avariciosos, mentirosos, sinceros, enamoradizos, libertinos....Tan corrientes.

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Somos las almas que entre sí conversan bajo una piel diversa.

Desde que cayó hasta que tocó el suelo



Invítame a un café, a un sitio con poca luz para que pueda así adivinar las muecas en tu cara y me enamore perdidamente de ti.

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La primera hoja otoñal se desplomó de su árbol con una dulzura casi surrealista y se deslizó por la atmósfera, contoneándose, dibujando el aire en cada descenso, atravesando las costuras de la ciudad.
Después de años, llevaba el mapa de Brooklyn dibujado en la palma de mi mano: cada calle, cada señal de tráfico, cada casa, cada perro abandonado, cada trocito de calzada. Me detuve justo en el medio del puente, en el centro de todo, en un punto en la nada, en toda mi realidad y en ninguna parte y entonces, justo entonces, sentí como el frío me descuartizaba la piel y me robaba el aliento, liberando y acorralándome a cada momento. Apoyé mis manos en la barandilla y miré hacia un lado. Allí estaba: mis noches en vela, mis madrugadas, mi café en Blackbird Parlour, mi guerra de almohadas, mis tardes de sexo, mis mañanas frías y absurdas, mis domingos de no hacer nada, mis partidos de baseball, mis zapatillas usadas, mis almuerzos en el metro, mis cenas informales, mis fotos en Facebook, mis llamadas perdidas, mis mensajes de texto, mis palomitas compartidas, mis cenas de acción de gracias....
-¡Que frío hace!
-Si cierras los ojos parece que estás en Groenlandia.

Y la hoja tocó el suelo por primera vez ese otoño.

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Devorarte en la cama, mientras fuera llueve.