sábado, 27 de noviembre de 2010

La euforia vive en el tejado



Tenía la cabeza apoyada sobre las manos y fundía el horizonte con su mirada verde penetrante. Recostado en la tumbona blanca de Macy's que había comprado algunos meses antes, ni el mínimo roce de nostalgia nublaba su espíritu. Percibía el olor a tierra mojada por encima de los tejados de Brooklyn, sentía la tensión en su espalda y ansiaba la primera toma de contacto. "Vienen días de lluvia", dijo con un hilito de voz que se quebraba al final de cada palabra, le pesaba el deseo y la levedad de su cuerpo se hacía cada vez más gruesa. Sintió su mano en su hombro. Era como un soplo de aire sobre una cornisa, como un martini seco en una tarde de estío, era todo lo que él estaba esperando.
Subió la mano por su cuello, al principio lentamente, casi inventando el movimiento, coloreando el contorno, adhiriéndose al sentimiento; y continuó hacia arriba acariciándole el pelo. De repente le invadió el olor a albaricoque y se le aceleró el pulso. Se dio la vuelta y allí estaba, detenido en el tiempo y clavado en su mirada, no había espacio entre sus almas. Se levantó muy sutilmente, se puso en cuclillas y apoyó su mano sobre su rodilla, él se incorporó y rozaron sus labios frágilmente, como si fueran a partirse en pedazos por el calor. Continuó recorriendo sus labios por todo su cuerpo mientras provocaba sus dedos en su piel, un suspiro, se estremecía, un suspiro, todo arde, un suspiro.
Atardecía. Sólo quedaban pinceladas naranjas por todo el ático. Se levantó. Apoyó sus manos en el bordillo y miró hacia el frente, inhalando el aire de la metrópolis que parecía ser distinto desde esa altura. Se fundieron en un abrazo. Mientras su barbilla reposaba en su hombro, calmada, segura de sí misma; su mano ondeaba cual tierna mariposa alrededor de su cintura. Su lengua comenzó a pintar sobre su espalda palabras obscenas y, sin pedir permiso, culminó el poema donde la cintura desaparece, donde todo se vuelve abstracto y maravillosamente salvaje. Llegó la pasión, y con ella la lujuria y todo se nubló. Nada parecía estar en su sitio. ¡Bendito caos! Apretó sus manos contra el bordillo con fuerza mientras se mordía los labios. Sus dientes poseyeron su hombro y sus susurros conversaban con su oído desde el puro instinto primario. Todo olía a lo mismo. Nada sabía igual. Apretó su frenesí en un último arranque y vino el éxtasis, el éxtasis, el éxtasis....y tras él, la quietud.

A Mónica, y a los vientos del sur.

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