martes, 30 de noviembre de 2010

Sólo queda esperar



(Se abre el telón).

Ya ven: ¡Que delgada es la línea entre la vesania y la lucidez! El viento sigue soplando dentro de esta rabia incontenida que se ríe a gritos de mi soledad. ¿Quién dice que el cielo puede esperar? La vida aquí se ha vuelto inconsecuente, pues ya no distingo de épocas ni sociedades, tan sólo veo a los hombres y mujeres sumergidos en pasiones arsénicas de base incolora, apostando, viviendo deprisa, bufándose de los días. ¿Quién me iba a decir que en un segundo cupiese tanto? El tiempo aquí ha dejado de entender de actores principales y secundarios, el guión sigue siendo el mismo pero el escenario ha cambiado, ha cesado la impasible necesidad de contar las horas pues el otoño no se moja y la primavera no florece, el calor carboniza y el frío acobarda a los más valientes, el agua cae desde abajo despedazando todo el caracter científico de una gravedad cero. He luchado con gigantes y he caminado por la sombra, el camino sigue siendo el mismo aunque no salga el sol. Veo la verdad y la mentira, pero ninguna está a mi alcance. Hablo a lo absurdo y a lo dialéctico, pero ninguno me dice nada. Piso lo terrenal y lo divino, pero ninguno parece sólido. Sigo esperando un veredicto que nunca llega, sigo enmendando mis errores y cometiendo un millar más, buscando el equilibrio entre lo primigenio y lo flamante, matando las modas de allí arriba y entendiendo las reglas de aquí abajo. Las oportunidades se juegan al azar, no hay estadísticas, ni números, ni amuletos, no existe nada salvo la paciencia del que espera, el estertor del que muere, la tregua del que yace y la esperanza del que sube. Sigo esperando, una absolución que se demora.

(Se cierra el telón).

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