viernes, 17 de diciembre de 2010

Todo lo que quiero por Navidad eres tú



Tal día como hoy las palabras no valen nada. He de confesar que todo esto que escribo sale del alma y ni siquiera otros que han forjado un nombre en la literatura y han desafiado las reglas de la palabra escrita podrían describirlo con más euforia que la mía.

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No sé si eres consciente pero un pedacito de mi mundo eres tú, a veces más sólido, a veces más frágil. ¿Quién te iba a negar el derecho a hundirte en el lodo y asomar la cabeza para respirar y volver a asfixiarte, sentirte diminuta y fugaz, respirar de nuevo y comenzar a remontar? ¿Quién no te iba a conceder la posibilidad de decirlo con tus palabras, y no las de otro, hacerlo tuyo, hacer que ese momento cuente y seguir superando obstáculos uno tras otro? ¿Quién no te deja ser feliz?
Llegados a este punto, ambos sabemos que en ti vive la fortaleza, la perseverancia y la constante determinación de quien no deja que un pasado cruel, pero certero, le haga saber quien ha sido, si no quien será.
Posiblemente muchos otros habrán manifestado amor, devoción o incluso admiración. Yo no. Desde este pequeño punto cardinal donde me encuentro ahora mismo, donde laten mis emociones y mis pensamientos y reflexiones colisionan en mi mente no dejando paso al aire limpio de intranquilidad, desde este pequeño círculo que forma parte de lo que soy, que condiciona mi existencia, asimila mis hechos y afronta mis consecuencias.....Te adoro. En el sentido más existencial que puedas sacar de ello. Adoro lo que dices, cuando lo dices y por qué lo dices. Adoro la forma en la que has llegado a mirar de ese modo. Adoro la forma en la que todo tu mundo depende de ti, cada momento, cada herida, cada sonrisa, cada persona que entra y sale de tu vida. Adoro como todas esas cosas hablan de ti, ¿no lo captas? Su felicidad gira en torno a ti.

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Eres mi mejor regalo de Navidad.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Un día cualquiera



El calor sofocante se había despedido de la ciudad de Nueva York y el otoño daba paso a las hojas caídas y el olor a tierra mojada. Todo cambiaba, las aceras, los parques, el banco que permanecía en aquella esquina expectante al paso del tiempo, Macy’s, todo. La gran metrópoli turística y sofisticadamente cosmopolita cambiaba de rol para convertirse en la ciudad más romántica y familiar del mundo entero. No había ninguna como ella.
La vista era diferente más allá del puente de Brooklyn. Holden McKnight estaba sentado en el porche escuchando la lluvia, ensimismado en un folio en blanco donde debía plasmar la idea más brillante que se le ocurriera para el artículo de la semana. Después de haber suplicado durante semanas al editor jefe del New Yorker  y después de que éste hubiese accedido a leer uno de esos escritos, se había ganado una columna de opinión semanal, la cual Holden, no obstante, había convertido en una filosofía de vida y una especie de diario personal en el que escribía sus más elocuentes y espontáneos pensamientos  y los compartía con toda Manhattan. Sin nada bueno que escribir, permanecía en el porche sentado durante horas oyendo la lluvia caer y sin levantar la vista del papel en blanco, con unas grandes gafas de pasta negra y un lápiz que descansaba en su oreja. Solía levantar la cabeza cada media hora y miraba el vecindario, cómo la lluvia mojaba las calles de lo que había sido su cuna y su refugio y como había conseguido permanecer en la misma calle durante toda su vida. Observar Brooklyn era ya casi un hobby, se embriagaba de buenos y malos recuerdos y se evadía del mundo. Allí sentado, en una silla de mimbre que su abuela había regalado a su madre hacía unos 10 años, con las piernas cruzadas y la humedad del cartón de Starbucks produciéndole un terrible dolor de cabeza no sabía si iba a poder acabar un artículo que debía estar entregado a las 8 en punto del día siguiente y que todavía no había empezado. Aburrido y desesperado, se levantó de la silla después de casi dos horas en la misma posición, entreabrió la puerta para alcanzar a coger la chaqueta, hizo una bola con el papel que tenía en las manos y se lo metió en el bolsillo, cogió las llaves, abrió el paragüas y se dispuso a pasear por la ciudad con la esperanza de que se le ocurriera algo bueno. Anduvo y anduvo bajo la lluvia durante unas horas hasta que al doblar la esquina vio Jeff’s con esa pesada puerta verde que tanto lo caracterizaba y esa campana dorada justo al lado de la puerta. Podría decirse que Holden se licenció en el bar: magna cum laude en charlas interminables, un sinfín de paquetes de tabaco, las mejores tartas de arándanos de la ciudad y canutillos de queso. Siempre aprovechaba cualquier hueco entre clase y clase, antes de clase, después de clase, en mitad de la clase; cualquiera hora del día era buena para pasar por Jeff’s a tomar algo y desconectar del cargante y anodino mundo intelectual universitario.
Holden entró en el bar de la misma forma en la que se entra en casa para cobijarte de la lluvia, saludó a Jeff con un ligero movimiento de cabeza, se sentó en la barra  y se quitó la bufanda aspirando el magnífico olor a café recién hecho y a chimenea vieja.
-¿Cómo le van las cosas al gran escritor?-, dijo Jeff mientras limpiaba la barra con un trapo amarillo y miraba a su cliente amigo con admiración.
-No van mal, colega-.
-¿Problemas en el cielo?-, preguntó el camarero arqueando una ceja.
-No, no es eso colega. Qué sé yo, supongo que estoy algo cansado de hacer siempre lo mismo-, contestó el joven escritor mirando hacia abajo y a la vez que dibujaba siluetas absurdas con el dedo índice sobre la barra.
-Pero si te encanta tu columna, siempre has dicho que era como escribir un diario público y eso lo hacía más divertido, ¿no?-, le puso una cerveza.
-Y lo sigue siendo colega, pero no sé, supongo que cuando llevas tanto tiempo haciendo lo mismo dejas de encontrarle sentido-. El estridente ruido que provenía de una mesa del fondo le hizo ausentarse de la conversación durante unos minutos, tiempo necesario para evitar escuchar las teorías filosóficas de Jeff sobre el futuro y el rumbo que uno ha de tomar en la vida. -¿Hay partido?-, preguntó sin prestar ni la más mínima atención al comentario anterior.
-Sí, son de un equipo escocés, llevan aquí toda la tarde brindando por la patria, las pelotas de acero y el Santo Grial-. El humor de Jeff era extremadamente brusco, y a veces, un tanto malsonante, pero siempre le había hecho reír.
-¿Escocés?-, preguntó Holden sorprendido. -¿Desde cuándo hemos jugado con extranjeros?-.
-Olvida tu vena patriótica Holden, no son jugadores profesionales, son del cuerpo de policía. Han venido por el partido benéfico que se juega en Chelsea para recaudar fondos para los niños con leucemia, es un asunto humanitario, sólo eso-, expresó el dueño del bar con la admiración y el respeto que podía tener por tan buena causa pero con la decepción de no poder machacar a los escoceses en un partido bestial.
-Vaya, eso está bien…Casi como esta cerveza-, ambos se rieron y levantaron el botellín de cerveza. –Así que, Escocia eh. Edimburgo supongo-.
-No, son de una ciudad más pequeña aunque no sabría decirte, ya sabes que soy fatal para los nombres-.
-Lo sé, colega. En fin, ¿qué más da? Son todos iguales-.
El grupo de policías escoceses sentados en el reservado al fondo del bar hacían cada vez más ruido si aún era posible y no dejaban de levantarse y volver a sentarse en una especie de brindis por la patria que era algo así como interminable.
-Británicos-, dijo Jeff con cierto aire de desprecio ladeando la cabeza hacia Holden y arqueando una ceja. Éste le devolvió el gesto, -británicos- dijo después de mostrar una leve sonrisa.
Unos pasos a la derecha de donde se encontraba la mesa de los escoceses había una mesa con una única silla ocupada por un hombre delgaducho, moreno, con barba, que vestía mocasines con borlas, tejanos y chaleco de cuello alto. Se tomó unos segundos para saborear el último trago de cerveza que había tomado y miró hacia el frente con propósito de hacer recuento general de la panda de idiotas que había en el bar cuando vio a Holden. Sus miradas se cruzaron durante un segundo, eran miradas de complicidad, como si hubieran dedicado la vida en cuerpo y alma a guardar un secreto. Entonces, ambos sonrieron. Holden se levantó, y con la cerveza en la mano, se acercó hacia la mesa como si ésta no fuera su objetivo, cogió una silla que estaba libre y se sentó en la misma mesa.
-¿Qué hay colega?-, preguntó Holden con una sonrisa de oreja a oreja.
-¡No me vengas con “qué hay colega”! Me pasé toda la noche llamándote, ¿dónde diablos estuviste?-, Barney Harrison era su mejor amigo, se habían conocido cuatro años antes en aquel mismo bar cuando ambos se saltaron la clase de Sociología. Holden pidió un batido de chocolate y Barney lo derramó por toda la barra, desde ese momento fueron inseparables, prácticamente eran hermanos y vivían con la convicción de que acabarían juntos como un matrimonio declarado oficialmente homosexual con dos niños pequeños: Barney Jr y Holden Jr. Vivirían en una casita a las afueras de la ciudad lo suficientemente lejos de los suegros como para no tener que aguantarlos todo el día pero lo bastante cerca como para que pudieran hacer de canguros.
Ambos sabían que su punto de encuentro era Jeff’s y que más tarde o más temprano acabarían viéndose allí, y tal vez, casándose allí después de todo.
-Lo sé colega, lo sé. Lo iba a coger, de veras que sí, pero cuando iba a cogerlo, de repente….No lo hice-.
-¡Cuatro años! Te he dedicado cuatro años de mi vida y, ¿así me lo pagas?-.
-Tengo mil formas mejores de pagártelo, pero me niego a descolgar el teléfono para atender una llamada que sé que me va a tener toda la maldita noche despierto-, replicó Holden incorporándose de la silla y acercando su cara a la de su amigo con mirada inquisitiva.
-Sabes que eso no es cierto-, Barney puso morritos. –Pero no puedes tener una cita la noche anterior y pretender que no te llame al día siguiente para hacer de alcahueta, ¡vamos! Ya sabes que me encanta-.
-¡No fue una cita!-, replicó Holden con voz chillona y acusica.
-¿Entonces qué fue?-.
-Pues fue una amiga que acaba de romper con su novio y quería hablar, sólo eso-, le hizo un gesto con la mano a Jeff para que trajera otra ronda.
-Oh, ¡venga ya! ¿Cuándo vas a aprender a elegir el momento Holdie?-. Siempre le llamaba Holdie, desde el primer día que se conocieron ni un solo momento, ni un segundo, ni un solo instante en esos cuatro años le llamó por su nombre completo, en parte eso era una de las cosas que más le gustaban de él, su espontaneidad y su forma tan curiosa de hablar: como una ardillita feliz que siempre ve el lado positivo de las cosas y come canutillos de queso sin cuestionarse siquiera su proveniencia. Barney era un conquistador nato, un don Juan, pero en los últimos años su éxito con las mujeres se había convertido en un fracaso rotundo y ansiaba alimentarse de las historias eróticas de los demás aunque con Holden no lo tenía nada fácil pues éste era muy discreto y duro de pelar.
-Dos palabras mi querido amigo: polvo bestial-, se llenó de satisfacción en cuanto lo dijo como si aquellas dos palabras encerraran un profundo misterio, una religión, y fuese el consejo más sabio y racional que le podía dar a nadie al tiempo que se comía un cacahuete.
-¡Eres un cerdo, colega! Sabes que yo no soy así, no me gusta aprovecharme de la gente-, Holden volvió a mirar al camarero con expectación pues las cervezas no llegaban.
-Sabes perfectamente que ese no es tu problema. Tu problema es que eres demasiado romántico, te invade el espíritu bohemio, en parte lo entiendo porque eres escritor, pero despierta de una vez amigo mío y descuélgate del árbol: no va a llegar la chica de tus sueños como caída del cielo y te va a encantar con su mirada fascinante y sus pestañas de ensueño y vais a ser felices por toda la eternidad, eso sólo pasa en las películas y puede que en algún artículo que hayas escrito-. Llegaron las cervezas y los dos chicos agarraron los vasos como si su vida dependiera de ello. Para el joven escritor, desde luego, resultaba imprescindible agarrarse un buen pedo para soportar una charla sentimental de su amigo y compañero y poder atravesarla con el menor daño psicológico posible.
-No busco a la persona perfecta, sólo a alguien que encuentre interesante mis manías y mi forma de ser. Resulto raro para las mujeres.
-Es que eres raro, pero aún así te quiero-, el cuenco de cacahuetes se estaba acabando y Barney parecía necesitar más.
-Vaya, tendré que vivir con eso-.
-Dos palabras Holdie: POLVO BESTIAL-. El bar parecía haberse quedado en silencio incluso a pesar de los policías escoceses que ocupaban todo el sitio con sus birras enormes, sus bromas europeas y sus brindis interminables; por lo que las palabras de Barney habían retumbado en todo el local provocando la mirada de todos los que allí estaban. Holden no pudo contener la risa. No obstante, el método infalible que tenía su brillante amigo para pasar el bochorno era beber, así que dio el último trago a su cerveza dejando toda la espuma alrededor de su boca como si de pronto le hubiese crecido una barba blanca propia de Santa Claus. El columnista sonrió y le quitó la espuma de los labios con la mano.
Al salir del bar los dos amigos caminaron solos durante un par de manzanas, hablando, sonriendo, pasando el rato juntos como ninguno sabía hacerlo. Al llegar al centro se despidieron y Holden comenzó a pasear por Central Park con la esperanza de que se le ocurriera algo bueno para su artículo, el cual andaba en la cuerda floja. Caminó durante una hora mirando las hojas caer, padres que llevaban a sus hijos al parque, ejecutivos que salían de la oficina con el teléfono móvil pegado a la oreja, un sinfín de gentes. Empezó a soplar algo de viento y se subió el cuello de la chaqueta pareciendo más interesante y sexy de lo que en realidad era. Mientras avanzaba el paso vio un banco justo al lado del lago y pensó que no estaría mal sentarse, sacar la hoja arrugada de papel en blanco que llevaba en el bolsillo y escribir sobre por qué su mente parecía haberse puesto en huelga y sus ideas se hubieran desvanecido con la llegada del otoño. Cruzó por un grupo de chicas que se entrenaban para la maratón antes de llegar al banco. Por fin se sentó, suspiró profundamente, abrió los ojos contemplando todo lo que tenía a su alrededor incluída una chica que estaba a su lado en el mismo banco y que a pesar de la poca visibilidad de su cara por la bufanda que la recubría, parecía atractiva. Sacó la hoja de papel arrugado y el lápiz que siempre llevaba con él en el bolsillo y comenzó a escribir un puñado de notas que él mismo sabía que no le llevarían a ninguna parte. Volvió a soplar el viento, esta vez con más fuerza, y la hoja de papel en la que había estado trabajando durante unos veinte minutos voló sin aviso previo para anidar en alguna rama rota y pelona de algún árbol de Manhattan, ni siquiera llegaría hasta Brooklyn. Definitivamente este no era su día: sin hoja que escribir ni ideas que plasmar lo más probable es que fuera despedido al día siguiente.
-Ten, hoy el viento se ha propuesto arrancar toda inspiración de raíz-, le dijo la chica que estaba sentada a su lado tendiéndole un cuaderno.



lunes, 6 de diciembre de 2010

Prólogo de la inquietud existencial



1. No se puede vivir deprisa, pues anula todo efecto de equilibrio y éste, de un modo natural, hace que las decisiones pesen.
2. No se puede vivir despacio, pues la existencia es efímera, las pasiones pasajeras y la elocuencia casual.
3. No existe el todo por nada.
4. No existe nada que lo englobe todo, pues el espacio es infinito y el tiempo lleva toda la eternidad arrasando con las horas.
5. No confíes en los que te acarician con palabras, pues la traición será con la pluma y no la espada.
6. No te alejes de los que te lanzan puñales, pues finalmente acabarán compartiendo tu mismo lado de la cancha.
7. No se puede alcanzar la fama sin un sacrificio previo, el precio luego será vital.
8. No se puede arrojar al vacío todo lo que en algún momento pretendiste ser, ya que es la única garantía de un pasado certero.
9. No se puede caer en la rigidez de la meticulosidad, pues siempre hay platos que se rompen.
10. No existe la definición perfecta de lo imperfecto, ni la perfección material ni humana, ni el metodismo que lleve a dicha perfección.
11. No mientas en lo relevante, la verdad acabará aplastándote.
12. No digas la verdad en lo superfluo, tan sólo camúflala de piadosas coloraciones, de lo contrario lo aparente se hará extremadamente visible.
13. No se puede precisar de aquello que nunca se ha tenido.
14. No se puede prescindir de aquello que siempre ha sido tuyo.
15. No existe el límite entre la cordura y la demencia, tan sólo lo estipulado.
16. No hay nada en este mundo que sea verdaderamente duradero al corazón humano, pues incluso éste acaba desmoronándose.
17. No puedes trascender más allá de la prepotencia, pues la humildad se vestirá en cuerpos que no la merecen.
18. No puedes creer que lo has vivido todo, pues el camino es largo y los pies tienden a cansarse.
19. No siempre hace sol, y aunque la humedad sea exageradamente alta, siempre te acabarás secando.
20. No dejes de soñar despierto, pues nadie tiene autoridad sobre ello.
21. No dejes de ser realista, pues la realidad da golpes mucho más fuertes que el acero y lecciones mucho más mezquinas que el ser humano.
22. No te aferres a aquello que ha dejado de existir, pues con su recuerdo siempre permanecerá vivo.
23. No te adueñes de aquello que no es tuyo, pues el usufructo acaba delimitando las libertades humanas.
24. No grites a no ser que sea tu único lenguaje, pues tus argumentos no serán más lógicos si alzas la voz.
25. No llores en soledad, pues nadie podrá consolarte.
26. No todo sucede porque sí, el universo tiene un motivo y su diseño depende de nuestra perspectiva.
27. No se puede pensar que amar significa poseer, pues el segundo anula todos las posibles connotaciones del primero.
28. No pretendas amar sin herir o sin ser herido, pues si no se es vulnerable, nunca matarás el orgullo con acciones verdaderas.
29. No creas en algo por pura convención, ponle una base personal e irrevocablemente tuya.
30. No cumplas reglas que fueron creadas para ser incumplidas.

martes, 30 de noviembre de 2010

Sólo queda esperar



(Se abre el telón).

Ya ven: ¡Que delgada es la línea entre la vesania y la lucidez! El viento sigue soplando dentro de esta rabia incontenida que se ríe a gritos de mi soledad. ¿Quién dice que el cielo puede esperar? La vida aquí se ha vuelto inconsecuente, pues ya no distingo de épocas ni sociedades, tan sólo veo a los hombres y mujeres sumergidos en pasiones arsénicas de base incolora, apostando, viviendo deprisa, bufándose de los días. ¿Quién me iba a decir que en un segundo cupiese tanto? El tiempo aquí ha dejado de entender de actores principales y secundarios, el guión sigue siendo el mismo pero el escenario ha cambiado, ha cesado la impasible necesidad de contar las horas pues el otoño no se moja y la primavera no florece, el calor carboniza y el frío acobarda a los más valientes, el agua cae desde abajo despedazando todo el caracter científico de una gravedad cero. He luchado con gigantes y he caminado por la sombra, el camino sigue siendo el mismo aunque no salga el sol. Veo la verdad y la mentira, pero ninguna está a mi alcance. Hablo a lo absurdo y a lo dialéctico, pero ninguno me dice nada. Piso lo terrenal y lo divino, pero ninguno parece sólido. Sigo esperando un veredicto que nunca llega, sigo enmendando mis errores y cometiendo un millar más, buscando el equilibrio entre lo primigenio y lo flamante, matando las modas de allí arriba y entendiendo las reglas de aquí abajo. Las oportunidades se juegan al azar, no hay estadísticas, ni números, ni amuletos, no existe nada salvo la paciencia del que espera, el estertor del que muere, la tregua del que yace y la esperanza del que sube. Sigo esperando, una absolución que se demora.

(Se cierra el telón).

domingo, 28 de noviembre de 2010

¿A ti quién te abraza?



Me han faltado tus abrazos, tu cariño, tu comprensión. Me ha sobrado todo lo verdaderamente dañino.
Escribiendo argumentos entre lo esencial y lo imaginario, paradoja de lo filial-paterno y las minas de secretos. La inquietud de verte aparecer armado con palabras y gestos mezquinos, la calma asfixiante tras la hostil espontaneidad de lo innecesario.
Rompiste con todo, y ¿para qué? Si jamás hiciste huella en lo que dejabas atrás de ti. No aspirabas al esfuerzo ni conociste el sudor del que mata por un hijo, el que vende sus ideales, hipoteca su voz y anula sus sentidos por la felicidad de un hijo, por un hogar. No era necesario lo material, no hacía falta la caridad ni la intransigencia, ni siquiera eran prescindibles los meses de apatía y soledad viajera, tan sólo se trataba de mantener el equilibrio, de mirar de izquierda a derecha, de arriba a abajo, de un lado a otro y vuelta a empezar, de interpretar señales, de ser diplomático, de tragar el orgullo y escupirlo en el momento idóneo, de no atesorar los pecados ni borrar los momentos en los que te vi sonreir, de filosofar con el espíritu y sacar conclusiones que no dañaran el ras entre lo profundo y lo superficial, de no tener miedo a la nada, de caminar entre la luz y la oscuridad, de percibir lo perceptible y apreciar lo imperceptible, de una lucha constante, de vivir sin lamentaciones, de no sofocar las palabras con pensamientos maliciosos, y alcanzar la pureza sin hacerla esclava de tu existencia.
Eran los gritos de "no más por favor". Tu lógica no era tan aplastante si rompías el cristal, carecía de sentido si dejabas la madera hecha añicos e incluso parecía absurda si desmontabas todo lo que habías tardado horas en montar.
No has defendido lo que era tuyo y has roto en mil pedazos lo que alguna vez lo fue, me has hecho más rápido y has creado una trampa acerba de la que no consigo desvincularme.
Soy consciente de mis errores, al igual que de los tuyos, mereces lo justo y lo demás está en manos de la suerte. No me queda más que decirte, he agotado todas mis preguntas, sin embargo hay una que no deja de azotarme frivolamente, o quizás sea la conciencia reivindicando su lugar, tierra de forzosos, suelo de lamentaciones.
Lo que más duele es ver como vence la rabia de ser a pinceladas como tú. Algunos me abrazaron por reconocerlo, otros me lo reprocharon, sé lo que piensa ella, pero......¿A ti quién te abraza?

sábado, 27 de noviembre de 2010

La euforia vive en el tejado



Tenía la cabeza apoyada sobre las manos y fundía el horizonte con su mirada verde penetrante. Recostado en la tumbona blanca de Macy's que había comprado algunos meses antes, ni el mínimo roce de nostalgia nublaba su espíritu. Percibía el olor a tierra mojada por encima de los tejados de Brooklyn, sentía la tensión en su espalda y ansiaba la primera toma de contacto. "Vienen días de lluvia", dijo con un hilito de voz que se quebraba al final de cada palabra, le pesaba el deseo y la levedad de su cuerpo se hacía cada vez más gruesa. Sintió su mano en su hombro. Era como un soplo de aire sobre una cornisa, como un martini seco en una tarde de estío, era todo lo que él estaba esperando.
Subió la mano por su cuello, al principio lentamente, casi inventando el movimiento, coloreando el contorno, adhiriéndose al sentimiento; y continuó hacia arriba acariciándole el pelo. De repente le invadió el olor a albaricoque y se le aceleró el pulso. Se dio la vuelta y allí estaba, detenido en el tiempo y clavado en su mirada, no había espacio entre sus almas. Se levantó muy sutilmente, se puso en cuclillas y apoyó su mano sobre su rodilla, él se incorporó y rozaron sus labios frágilmente, como si fueran a partirse en pedazos por el calor. Continuó recorriendo sus labios por todo su cuerpo mientras provocaba sus dedos en su piel, un suspiro, se estremecía, un suspiro, todo arde, un suspiro.
Atardecía. Sólo quedaban pinceladas naranjas por todo el ático. Se levantó. Apoyó sus manos en el bordillo y miró hacia el frente, inhalando el aire de la metrópolis que parecía ser distinto desde esa altura. Se fundieron en un abrazo. Mientras su barbilla reposaba en su hombro, calmada, segura de sí misma; su mano ondeaba cual tierna mariposa alrededor de su cintura. Su lengua comenzó a pintar sobre su espalda palabras obscenas y, sin pedir permiso, culminó el poema donde la cintura desaparece, donde todo se vuelve abstracto y maravillosamente salvaje. Llegó la pasión, y con ella la lujuria y todo se nubló. Nada parecía estar en su sitio. ¡Bendito caos! Apretó sus manos contra el bordillo con fuerza mientras se mordía los labios. Sus dientes poseyeron su hombro y sus susurros conversaban con su oído desde el puro instinto primario. Todo olía a lo mismo. Nada sabía igual. Apretó su frenesí en un último arranque y vino el éxtasis, el éxtasis, el éxtasis....y tras él, la quietud.

A Mónica, y a los vientos del sur.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Alguna vez sí fueron "buenos días"



Demuéstrame que me equivoco, y violaré mis creencias con el más dulce de tus besos, desbaratando la ficción del tiempo, buscando esa playa última en tus ojos.

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No era tan difícil, sólo hacía falta respirar un poco. ¿Qué otra cosa podía hacer? Allí sentado, al borde de la cama, a cinco mil kilómetros de tu piel. Buscaba alguna señal de tu amor, pero el colchón se había quedado desierto, completamente aislado de cualquier sentimiento, de cualquier rastro de deseo, de una pasión salvajemente quemada por los instintos más primarios. Ya no sabía quiénes éramos ni qué hacíamos allí.
El suelo alrededor de la cama nunca se te había hecho tan de barro. Después de aquel beso en la frente, que en términos técnicamente emocionales, había sido el más frío de toda nuestra trágica existencia; supe que, por mucho que me esforzara, no iba a ser capaz de encontrar una razón que pesara lo suficiente como para seguir luchando, ya no.
Tu hueco seguía dibujado entre las sábanas como el cráter que deja un meteorito cuando se estrella sobre la tierra. Podía adivinar las líneas de tu cuerpo por los pliegues de seda y nunca antes me habías parecido tan atractivo.
Creo que he malgastado todas mis fuerzas moldeándome a tu forma de ser, a tu visión del mundo, a tus aromas y tus colores y en el fondo sé que he dado pinceladas de algo que no soy. Ya ni recuerdo la última vez que te dije "buenas noches", que me dormí abrazado a tu cintura o que escuché tu respiración. Nuestras manos se arañan y mis palabras cortan en tus labios.
Ya no sabemos que decir ni como decirlo, se han acabado los argumentos y todo cuanto pesa en el espacio es leve en esta relación. No quiero aferrarme a un "no", ni quiero consolidarme dentro de lo establecido. No quiero ser el arquetipo de tus preocupaciones ni la sombra de mis miedos, pero creo que si no nos marchamos ahora el daño será más grande y sólo quedará la agonía de la impaciencia al abandono, la espera de un purgatorio eterno.
Así pues, mientras estás en la ducha prepararé café, desayunaremos las palabras que se rompen en los dientes y cenaremos las cosas importantes. ¿Te hace?

lunes, 22 de noviembre de 2010

Si compongo melodías desde el ghetto....



....Y respiro el aire que me embriaga de las anécdotas más maravillosas de mi infancia. Todo lo que un día fuimos, lo que dejamos de ser para convertirnos en otra cosa, lo que somos hoy y no seremos mañana, todo está aquí, en estas calles. A menudo se ven envueltas en violencia, rabia y frustración, pero no se pudren ni se deterioran, si no que se nutren de las lágrimas de sus hijos y hacen sombra a la periferia, día tras día, sin excepción.
La vista desde esta azotea es espectacular, es como un cielo de ventanas pintado en el horizonte. Los chicos juegan al basket en las canchas mientras sus hermanos mayores aprenden a delinquir, y cada vez lo hacen mejor. La bolsa marrón de papel con una manzana y un sandwich de pavo dentro ha dejado de existir, la pequeña de plástico de color blanca le ha quitado el puesto. Algunos dejan en casa el carnet de identidad para hacerle sitio en el abrigo a la pistola y otros hacen de una fachada el más ingenioso y polémico de los artes.
No hay nada establecido pero existen reglas. Siempre hay reglas. Un paso adelante puede significar dos atrás y volver a empezar, una decisión puede cambiar tu vida en un instante y el suelo que pisas determina tu suerte. Las nanas son estrepitosas y se cantan en la calle y el Hip-hop nace del corazón, crece dentro y se compone sin pautas.
Los años pasan, y aunque me haya ido, esta siempre será mi cama, mi hogar, mi libro de fábulas. No sé cuando volveré, pero allí he de retomar todo lo que un día fui, lo que ya no soy, lo que tal vez sea.

A Mery, y su eterno romance con el mundo.

domingo, 21 de noviembre de 2010

El poético caos urbano



La ciudad de Londres nunca había visto el sol tan alto ni el cielo tan despejado como aquel día. A pesar del pronóstico del tiempo y de las altas probabilidades de una lluvia segura, las nubes abrieron paso a un sol londinense espléndido a horas tempranas de la mañana. La gente andaba a paso ligero de un lado a otro de la ciudad, buscando, husmeando el aire, guiándose por su primer instinto matinal. El trabajo, el colegio, la universidad, las audiciones, los grandes comercios e incluso las pequeñas tiendas del barrio se apresuraban en una carrera fugaz como si la caza del zorro se tratara para abrir a la hora exacta. Incluso los ruiseñores que despuntaban el alba con su canto gregoriano descorazonados por un magnífico recital nocturno ansiaban regalarle versos celestiales al maravilloso sol que los aguardaba e ir contra natura. Todo parecía marchar a la perfección, las madres acompañaban a sus hijos gemebundos y sollozos al colegio cogidos de la mano como ángeles de la guarda que custodian su seguridad y velan por su ánima. Los más adolescentes iban a pie hasta el instituto o se bajaban del coche de su padre a media manzana para ofrecer ese matiz de chico independiente, maduro y sofisticado que tanto se estila en la pubertad. Por último, están los universitarios, que solían despegar los ojos más allá de media mañana, tomarse un ligero desayuno que les ayudara a soportar la estrepitosa y brutal resaca de la noche anterior, calzarse unos vaqueros y unas deportivas y despeinados, con aspecto desaliñado y casual, salir en busca de nuevos conocimientos que saciaban con un par de clases y largas asentadas en el césped o en la cafetería.
En el extremo opuesto se encuentran los padres de familia, trabajadores natos de la gran corporativa doméstica que fabricaba sus productos en serie y a gran escala, cerrando los ojos y afrontando los gastos imprevistos en el desarrollo de un esquema kamikaze.
Oficinistas, empresarios, asistentes sociales, abogados, publicistas, artistas, profesores, médicos, jueces, bomberos, policías, arquitectos, traductores, jefes de compras, comerciantes; pero ante todo miembros de una familia, eslabones de la cadena más débil que existe y que salen cada día a enfrentarse al mundo, en metro, en autobús, en coche, en bicicleta o a pie, van a conquistar sus sueños o simplemente a vivir dejándolos pasar.
Un gran puñado de taxis decoraban Tower Bridge de punta a punta desdibujando sus siluetas sobre el Támesis como un juego de luces decoran un árbol en Navidad. Gente andando, coches circulando, taxis pitando, bicicletas haciendo sonar la campanilla y ruedas de un monopatín vibrando sobre la acera: el poético caos urbano.
Las mañanas de los lunes eran frenéticas y abrumadoras, todo el mundo andaba en un desequilibrio e inestabilidad constante hasta pasado el medio día cuando parecía asentarse el ruido excesivo disfrazado de calma aparente, siempre aparente, pues en una de las ciudades más cosmopolitas del mundo nunca reinaba la paz y el silencio absoluto.
Ciudad de grandes edificios, de gente diversa, de luces que guían las calles y los caminos ingleses custodiados por el metro. Y es ahí precisamente donde empieza mi historia.


A Joey, el eterno londinense.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Aquí todo es ceniza




14 de septiembre.

Querido Johnny,

Aquí todo es ceniza. El cuerpo cada vez pesa más y no creo que mi corazón pueda soportarlo. En estos últimos días he sido partícipe de la capacidad humana por el deseo de aniquilar, pura venganza. No hay ni un sólo segundo en el que no escuche los gritos, los nombres de cientos de personas alzados al aire con la esperanza de verlos aparecer a lo lejos, tras el polvo y la frustración, pero no aparecen, nunca lo hacen.
He dormido con explosiones y he vivido con el silencio y aún no puedo decirte cual de los dos hace más daño. Hace casi dos días que apenas como nada, y lo peor de todo es que empiezo a acostumbrarme. No huelo bien, casi no puedo respirar y esta agonía es cada vez más insoportable. Sorprendentemente me mantengo en pie, sosteniendo el fusil con entereza, aislando las imágenes en mi cabeza y soportando la carga de derramar sangre por una bandera.
No he vivido tanto como tú, mi querido amigo, pero desde que estoy aquí me cuesta entender como pudimos llegar a hacernos tanto daño: no éramos enemigos, ni siquiera eras alquien a quien deseara apartar de mi lado. Te veía, todos los días, más allá de la ropa, más allá de los gestos y las palabras. Y aún te veo.
Anoche, cuando nos disponíamos a dormir, me encontré con una niña que jugaba con un oso de peluche roto y descosido cerca de la base. Cuando me acerqué para explicarle que no debería estar ahí, me preguntó: "¿A cuántos hombres has matado hoy?". Esas palabras fueron como piedras en mi corazón, y me puse a pensar en todos aquellos hombres que había matado y en todas las veces que te había abrazado.....No pude soportar el resultado.
Vuelvo a casa, a pesar de las bombas y las metrallas. Te echo de menos, a pesar de los años que nos hemos anulado el uno al otro.

Steve.

viernes, 19 de noviembre de 2010

El comienzo del fin



19,30 p.m. Te incorporaste y la butaca de bambú continuó meciéndose como si echara en falta tu cuerpo sentado sobre ella. Volviste al porche con un par de galletas con pepitas de chocolate en la mano y un tulipán en la otra, y mientras hacías el esfuerzo sobrehumano por tomar la misma posición en la que te encontrabas justo antes de haberte levantado, mordisqueaste la galleta y olista la flor. Nunca la lluvia había sido tan espesa y tu interior tan líquido, pero por alguna razón el exterior parecía limpio de intranquilidad, en calma, en paz. Cruzaste las piernas, como solías hacer siempre, y en un desesperado intento por acomodarte te acurrucaste adoptando la forma de una bola de lana, esas que tienen mil y un colores y dibujan las líneas paralelas al suelo cuando la dejas caer de tus manos y todo su movimiento pende de un hilo que aún sigue unido al dedo. Respiraste hondo y terminaste de saborear y masticar la última galleta. Esta vez respiraste más fuerte como si el fin fuera asomando su escabroso y fatal principio por las fosas de tu nariz. Una niña pequeña pasó correteando por delante bajo un paragüas enorme de color rojo que casi la tapaba de los pies a la cabeza, esbozaste una sonrisa. Metiste tus manos en tus bolsillos y ahí estaba la carta que habías escrito un par de meses antes por el mero hecho de escribirla, pues nadie la leyó jamás. La apretaste contra tu pecho y suspiraste, un trozo de vida se fue en aquel suspiro. Te descalzaste para poder sentir la madera mojada bajo tus pies. Alzaste la mano y agarraste las gotas justo antes de acercártela para olerla. Volviste a suspirar. Dejaste caer el tulipán al suelo y te envolviste en una manta de cuadros escoceses con flecos enrevesados en trenzas que días antes habías hecho como parte del rito de finalización del libro que te había costado toda la vida leer. Miraste hacia el horizonte y cerraste los ojos. Contaste hasta diez. Volviste a respirar hondo. Sonreiste por dentro, y entonces, te moriste. 20,03 p.m.

Gente corriente



Somos la vida escrita en las paredes, nos tachan de rebeldes. Somos culpables de ser inocentes, tozudos e inconscientes.

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Si te detienes justo en medio de una calle muy concurrida y cierras los ojos, sientes a tu alrededor los corazones latiendo a cada paso.
No saben caminar sin prisas, ni amar sin mentiras. Son autosuficientes y emocionalmente dependientes. Crecen y se reproducen y aún así se sienten incompletos. Siguen caminando pero nunca dejan de mirar atrás. Se parten el alma por recrearse en una vida que carece de todo fin humano y existencial, es pura inercia, se contentan con eso. No admiten secretos pero no dejan de crearlos. Hacen un sin fin de preguntas y de casi nada obtienen respuesta. No cesan ni un segundo de cuestionarse la razón de su existencia pero no le encuentran sentido alguno a dichas cuestiones. Aseguran ser felices pero no reconocen la felicidad cuando se presenta. Aseguran no estar tristes, pero lloran contra la almohada. Afirman ser los amos del universo, aunque sus capacidades sean tan insignificantes como su orgullo y su humanidad tan absurda como su ego.
Capaces, ineptos, apasionados, empáticos, apáticos, cariñosos, despiadados, humildes, sensatos, odiosos, soberbios, descarados, tímidos, pudorosos, impulsivos, insensatos, inteligentes, altaneros, ambiciosos, hostiles, sumisos, impetuosos, metódicos, tercos, avariciosos, mentirosos, sinceros, enamoradizos, libertinos....Tan corrientes.

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Somos las almas que entre sí conversan bajo una piel diversa.

Desde que cayó hasta que tocó el suelo



Invítame a un café, a un sitio con poca luz para que pueda así adivinar las muecas en tu cara y me enamore perdidamente de ti.

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La primera hoja otoñal se desplomó de su árbol con una dulzura casi surrealista y se deslizó por la atmósfera, contoneándose, dibujando el aire en cada descenso, atravesando las costuras de la ciudad.
Después de años, llevaba el mapa de Brooklyn dibujado en la palma de mi mano: cada calle, cada señal de tráfico, cada casa, cada perro abandonado, cada trocito de calzada. Me detuve justo en el medio del puente, en el centro de todo, en un punto en la nada, en toda mi realidad y en ninguna parte y entonces, justo entonces, sentí como el frío me descuartizaba la piel y me robaba el aliento, liberando y acorralándome a cada momento. Apoyé mis manos en la barandilla y miré hacia un lado. Allí estaba: mis noches en vela, mis madrugadas, mi café en Blackbird Parlour, mi guerra de almohadas, mis tardes de sexo, mis mañanas frías y absurdas, mis domingos de no hacer nada, mis partidos de baseball, mis zapatillas usadas, mis almuerzos en el metro, mis cenas informales, mis fotos en Facebook, mis llamadas perdidas, mis mensajes de texto, mis palomitas compartidas, mis cenas de acción de gracias....
-¡Que frío hace!
-Si cierras los ojos parece que estás en Groenlandia.

Y la hoja tocó el suelo por primera vez ese otoño.

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Devorarte en la cama, mientras fuera llueve.