viernes, 19 de noviembre de 2010

Desde que cayó hasta que tocó el suelo



Invítame a un café, a un sitio con poca luz para que pueda así adivinar las muecas en tu cara y me enamore perdidamente de ti.

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La primera hoja otoñal se desplomó de su árbol con una dulzura casi surrealista y se deslizó por la atmósfera, contoneándose, dibujando el aire en cada descenso, atravesando las costuras de la ciudad.
Después de años, llevaba el mapa de Brooklyn dibujado en la palma de mi mano: cada calle, cada señal de tráfico, cada casa, cada perro abandonado, cada trocito de calzada. Me detuve justo en el medio del puente, en el centro de todo, en un punto en la nada, en toda mi realidad y en ninguna parte y entonces, justo entonces, sentí como el frío me descuartizaba la piel y me robaba el aliento, liberando y acorralándome a cada momento. Apoyé mis manos en la barandilla y miré hacia un lado. Allí estaba: mis noches en vela, mis madrugadas, mi café en Blackbird Parlour, mi guerra de almohadas, mis tardes de sexo, mis mañanas frías y absurdas, mis domingos de no hacer nada, mis partidos de baseball, mis zapatillas usadas, mis almuerzos en el metro, mis cenas informales, mis fotos en Facebook, mis llamadas perdidas, mis mensajes de texto, mis palomitas compartidas, mis cenas de acción de gracias....
-¡Que frío hace!
-Si cierras los ojos parece que estás en Groenlandia.

Y la hoja tocó el suelo por primera vez ese otoño.

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Devorarte en la cama, mientras fuera llueve.

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